Estando en Méjico para colaborar con la seguridad de los juegos olímpicos de 1968, Phillip Agee cuenta como la CIA intentó tenderle una trampa sexual a un funcionario de la embajada soviética de quien sospechaban que pertenecía a la KGB. Se trataba de un joven ruso que acostumbraba a ir a un kiosco frente a la embajada soviética a comprar refrescos y golosinas y solía quedarse charlando con el dueño del kiosco. La CIA convenció a la Kiosquero que le permitiera colocar micrófonos en los cajones de refresco y así escuchó al joven funcionario quejarse en un español muy primitivo de su soledad y mostrar un especial interés por conocer a alguna mujer mejicana.
La CIA se encargó de conseguir una chica mejicana para que el Kiosquero se la presentara al joven ruso y le proporcionó un apartamento a la chica para que tuviera sus encuentros con el funcionario soviético. La joven debía aprovechar los momentos de intimidad para intentar obtener información sensible.
Como es de imaginar el lugar estaba lleno de micrófonos aunque la joven ignoraba que estaba siendo grabada. Desde el primer encuentro el joven ruso tuvo un desempeño sexual que deslumbró a la joven mejicana y a todos quienes lo estaban espiando. Luego de unos meses de relaciones íntimas en el que la chica mejicana tuvo que ganarse hasta el último dólar, el ruso demostró que tenía todo sensible menos la información ya que no reveló ningún dato que valiera la pena. Tampoco podían extorsionarlo porque era soltero. La CIA vio que estaba perdiendo su tiempo y el dinero de los contribuyentes, cesó a la chica mejicana en sus funciones y ésta desapareció de la vida del joven ruso sin darle explicaciones. Otro lado caliente de la guerra fría…
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